Saturday, March 21, 2009

Del teatro stalinista al castrista

Por Lázaro Rosa, en Alberta, Canadá.

Dos de los hijos predilectos de Papá lobo la semana pasada fueron removidos de sus cimeras posiciones gubernamentales en La Habana. Algo muy normal, de ello no hay que asombrarse, si tenemos en cuenta los defectos sintomáticos que han marcado y caracterizado de por siempre a las dictaduras: las sospechas, la desconfianza personalizada hacia los individuos, las purgas y la demoralización que adquiere, dentro de este engorroso contexto, un rostro prácticamente generalizado.

Tanto Felipe Pérez Roque como Carlos Lage, luego de ser echados de sus cargos, al presentar sus cartas de renuncias asumieron totalmente sus responsabilidades por los supuestos ”imperdonables errores” que se les están imputando, además manifestaron la plena subordinación (la total adhesión de ambos) a Fidel, a Raúl, al partido comunista y, por redundancia, a la “revolución”.

Esta dramática escena teatral del Castrismo no es nueva. También el general Arnaldo Ochoa Sánchez hizo algo muy similar cuando fue enjuiciado, con maquiavélica arbitrariedad, y acusado de alta traición a su país en el año 1989.

En aquella ocasión, ante el tribunal militar que lo juzgaba, Ochoa fue obligado a decir, más o menos, cosas como éstas: la revolución me lo ha dado todo, un tratamiento excelente, no tengo nada que alegar en contra de todo esto. Lo que se ha dicho sobre mí se ajusta exactamente a la verdad, me he degradado a lo máximo y donde quiera que me pare asumiré una actitud de desprecio hacia mi persona por lo que hice…

Las tiranías llevan a los individuos (entiéndase a los pueblos) a perder su autoestima. Es tan fuerte la presión psicológica y las amenazas que ejercen los caudillos sobre las masas que éstas terminan doblando la cerviz y humillándose por el terror y el desconcierto.

A pesar de que Ochoa asumió enteramente su total responsabilidad en el escándalo del tráfico de drogas que se producía en aquellos tiempos a través de la isla por la base aérea de Santa Clara (sin el supuesto conocimiento, ni la aprobación, de Fidel ni de Raúl) el entonces general de división y héroe de la república de Cuba, no pudo evitar ser fusilado junto a otros oficiales como el coronel Antonio de la Guardia, Amado Padrón y Jorge Martínez Valdés.

Las purgas del Castrismo se han desatado, antes que nada, por la desconfianza del poder contra todos aquellos que han ocupado cargos de relevancia en el gobierno y se han atrevido a emitir sus juicios críticos hacia la máxima autoridad, además porque Fidel nunca ha tolerado que ninguna figura cercana a su persona pueda hacerle sombras al pensar en una hipotética o maniobrada sucesión.

Los atropellos Castristas han tenido muchísima similitud con los que llevara a cabo José Stalin cuando estableció su reino de terror en la ya desaparecida Unión Soviética.

Por ejemplo, en el mismo caso de Nikolai Yezhov, un oscuro personaje que estuvo al frente de la NKVD y fue el promulgador de las grandes oleadas de represiones masivas que se iniciaron contra los máximos generales que comandaban el Ejército Rojo y habían sido simpatizantes de Trotsky, al final de sus días terminó también siendo una víctima de las propias purgas.

El enano sangriento, apodo por el que muchos conocían a Yezhov, finalizó decapitado políticamente nada menos que por el mismo hombre al que había obedecido sirviéndole de una manera perruna y obsesiva.

Resultó que de un momento a otro Stalin, por sus delirios de ver conspiraciones en su contra en todas partes, comenzó a desconfiar y sospechar de su subordinado por lo que decidió suplantarlo con Laurenti Beria al frente de los servicios secretos y de espionaje de la URSS.

Algo más tarde Yezhov, sin ninguna prueba de deslealtad que lo incriminara, sería juzgado humillantemente para luego ser puesto ante un pelotón de fusilamiento.

Volviendo ahora los pasos sobre la realidad cubana tengo que decir que la ejecución del general Arnaldo Ochoa quizás deba entenderse como el principio del fin para la dictadura de los hermanos Castro.

Hay que estar claro que un hecho de tal magnitud constituyó la desmoralización sin precedentes de un régimen que nunca se ha cansado de vociferar por las claras: el que se atreva a criticar, el que se oponga a la dirección histórica de la “revolución” cubana puede pagar por ello incluso con la vida.

Desde entonces, a partir del Ochoacidio, ya no quedó nada objetivamente enraizado de aquellos lemas de supuesta concientización ideológica ni de un genuino, fidedigno, apoyo entre las masas.
Tal vez, como nunca antes, miles de cubanos quedaron convencidos de que para sumarse a la bachata de los Castro había que aprender a bailar con un solo pie, que las sonrisas efímeras,
junto a ellas también los disimulos, son válidas cartas de salvación dentro de esa comarca de un poseído y falso Dios terrenal que comulga con el odio, las ambiciones sin fronteras y la falta total de decoro.

Si fuéramos capaces de ojear, de pasar nuestras vistas sobre las páginas de los textos históricos contemporáneos podríamos observar la continuidad, la gran cercanía, en cuanto a métodos, objetivos y teatralización del discurso político, entre el sangriento circo rojo Stalinista y el desfachatado pillaje de los hermanos Castro en La Habana.

La aislada y férrea “revolución” cubana desde hace mucho tiempo ya no engaña a nadie por su falta de sanos principios, solamente aquellos ciegos o miembros de una izquierda internacional que aún disfrutan de sus cantos de sirena, y por ciertas dádivas, pueden seguir aparentando que creen en sus febriles e incendiarios caprichos.

Estamos ante la reconstrucción moderna de aquel antiguo circo romano donde su infalible, “impostergable César”, sólo les permitía acercarse a su trono a aquellos que, por sumisión o sórdidos intereses, solían decirle que se consideraban sus propiedades obedientes de un alcance inmediato.

Acabo de leer en el diario El País de España que, según una carta del ex general Patricio de la Guardia, hermano gemelo del coronel Antonio, quien fuera fusilado junto a Ochoa en 1989, Fidel Castro conocía todos los detalles sobre los embarques y el tráfico de drogas que los miembros del departamento MC realizaban por Cuba. Esto era de suponerse porque no hubo en el pasado, ni existe hoy ningún acontecimiento que pueda darse sobre la isla, del cual los hermanos Castro no estén debidamente informados. Muchos menos cuando se trate de algo estrechamente vinculado con la seguridad de su militarizado e inexpugnable olimpo.

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